Ring. Ring.
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Veintiséis años después de la original, “Scream” está de vuelta. Llegamos a la quinta entrega de la serie después de “Scream 4” de 2011. Ha pasado suficiente tiempo como para que esta, titulada sencillamente “Scream”, no lleve número ni otra palabra que la identifique. Esto es presumiblemente porque esta “Scream”, que cuenta con el elenco original y presenta una nueva generación de personas que llaman y apuñalan, es una secuela y un reinicio en uno.
Parte del encanto de la “Scream” original, una película sangrienta y brillante totalmente años 90, era su intencionalidad. La película de Wes Craven, escrita por Kevin Williamson, convirtió las convenciones de género en un juego al hacer que los personajes hablaran abiertamente sobre los tropos del terror mientras eran apaleados por ellos. La idea brillante de la nueva “Scream” es redoblar la metaficción. Las películas de “Stab” — la versión ficticia de la franquicia de “Scream” — son mofadas como baratijas de mal gusto. En la primera llamada telefónica de la película, similar a la llamada que Drew Barrymore recibe en la original, Tara (Jenna Ortega), tras ignorar una extraña llamada en el teléfono fijo, le dice a la voz misteriosa al otro lado de la línea (realizada una vez más por el astro de la franquicia Roger Jackson) que prefiere el “terror elevado” de películas como “The Babadook” (“El Babadook”), “Hereditary” (“El legado del diablo”) e “It Follows” (“Está detrás de ti”).
Es fácil reírse (y estar de acuerdo) con tales pronunciamientos. Hay muchos chistes autorreferenciales de ese tipo en la nueva “Scream”. Pero eso es casi lo único.
¿Cuál es realmente el legado de “Scream”? Sospecho que la mayoría apenas recuerda las tres secuelas. La original tuvo un gran impulso por las personalidades de sus actores, entre ellos Neve Campbell, Courteney Cox, David Arquette y Matthew Lillard. (Todos, a excepción de Lillard, regresan aquí). Pero como sugiere Tara, las películas de “Scream” parecen reliquias que envejecieron rápidamente, especialmente si se considera que eran productos de Harvey y Bob Weinstein. En todo caso, “Scream” persiste principalmente porque Ghostface, su asesino con una máscara similar al rostro de “El grito” de Edvard Munch, sigue siendo un elemento básico de Halloween.
Los cineastas Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, quienes dirigieron “Ready or Not” (“Boda sangrienta”) de 2019 y trabajaron con el guion de James Vanderbilt y Guy Busick, no dan muchos motivos para una nueva trama fuera de cierta nostalgia kitsch asesina, más diversión con los teléfonos y suficiente ironía autoburlona como para distraer la atención de lo endeble que es la película.
A su favor está el sólido elenco joven, incluyendo a Ortega, Melissa Barrera (“In the Heights”) y Jack Quaid (hijo de Dennis). El encuentro casi fatal de Tara en la primera escena de la película trae a la hermana de la que se ha distanciado, Sam (Barrera), junto a su cama. Sam llega con su novio, Richie (Quaid), quien afirma desconocer las películas de “Stab” pero aprende de sus reglas de supervivencia. Estamos de vuelta en Woodsboro, California, donde se desarrollan todas las películas de “Scream” y el lugar de los asesinatos que se supone han inspirado las películas de “Stab”. Cuando el asesino enmascarado Ghostface comienza a hacer de las suyas una vez más, los chicos buscan a una generación anterior de Woodsboro (Arquette, Cox, Campbell) para pedir ayuda.
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Es un formato básico que se ha usado en bastantes películas de relanzamiento de franquicia. Pero aparte de sus frecuentes intentos de comedia autorreferencial, “Scream” procede con una repetitividad aburrida. Es la primera película de “Scream” que no es dirigida por Craven, quien falleció en 2015 y a quien dedican el filme. Ninguno de los personajes es profundizado y, en cambio, son ofrecidos como simple carnada para el cuchillo de Ghostface. Al final “Scream” se vuelve un comentario sobre relanzamientos, nuevas versiones y secuelas de manera no intencionada. Captura el terror de estar atrapado en un ciclo sin fin.
“Scream”, un estreno de Paramount, tiene una clasificación PG-13 (que advierte a los padres que podría ser inapropiada para menores de 13 años) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por su fuerte violencia sangrienta, diálogos y algunas referencias sexuales. Duración: 114 minutos. Una estrella y media de cuatro.
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Jake Coyle está en Twitter como http://twitter.com/jakecoyleAP.