MIAMI (AP) — Al crecer en Miami entre exiliados cubanos que huyeron de la revolución de Fidel Castro, el senador Marco Rubio desarrolló un profundo odio al comunismo. Ahora, elegido por el presidente electo Donald Trump como el principal diplomático de Estados Unidos, está decidido a aportar esa misma munición ideológica para reformular la política estadounidense en Latinoamérica.
Como el primer secretario de Estado que es latino, se espera que Rubio dedique una atención considerable a lo que durante mucho tiempo se ha denominado despectivamente como el patio trasero de Washington.
El republicano de mayor rango en la Comisión Selecta sobre Inteligencia del Senado) y miembro desde hace mucho tiempo de la Comisión de Relaciones Exteriores, ha aprovechado su conocimiento y sus inigualables relaciones personales para impulsar la política estadounidense en la región durante años.
Por décadas, desde el fin de la Guerra Fría, Latinoamérica ha desaparecido poco a poco de la agenda de política exterior de Estados Unidos, incluso a pesar de que adversarios de Estados Unidos como Rusia, Irán y, especialmente, China han hecho avances profundos. Si es confirmado por el Senado, es probable que el republicano de Florida ponga fin a ese abandono.
Pero la reputación de Rubio como partidario de línea dura en materia de seguridad nacional, su acogida al plan de Trump de deportación masiva de migrantes, y su habilidad para la retórica polarizadora, probablemente enemiste incluso a algunos aliados de Estados Unidos en la región que no están dispuestos a alinearse con la política exterior de “Estados Unidos Primero” del presidente entrante.
“Típicamente, la política para Latinoamérica se deja en manos de oficiales subalternos”, dijo Christopher Sabatini, miembro investigador de Chatham House, un grupo de expertos sin fines de lucro que analiza los principales asuntos internacionales, con sede en Londres. “Pero los reflejos de Rubio están firmemente enfocados en la región. Estará al pendiente, y los gobiernos tendrán que ser más cooperativos en su relación más amplia con Estados Unidos si quieren un acercamiento”.
Rubio, a través de una portavoz del Senado, declinó hacer comentarios sobre sus objetivos de política exterior.
Pero sus opiniones sobre Latinoamérica son bien conocidas y contrastan marcadamente con la preferencia del gobierno del presidente Joe Biden por la diplomacia multilateral y el diálogo con los críticos de Estados Unidos.
Para imitar el ejemplo de su jefe, es probable que el foco principal de Rubio en la región sea México —en materia de comercio, narcotráfico y migración. Alguna vez promotor de reformas bipartidistas que permitieron a los inmigrantes indocumentados una vía hacia la ciudadanía, Rubio se transformó durante el primer gobierno de Trump en un fiel partidario de sus exhortos a una mayor seguridad fronteriza y a deportaciones masivas.
Rubio ha dicho poco sobre la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, quien asumió el cargo el mes pasado, pero fue un duro crítico del predecesor de ella, Andrés Manuel López Obrador, quien en 2022 se negó desafiante a asistir a la Cumbre de las Américas organizada por Estados Unidos en Los Ángeles, y acudió en su lugar a una reunión de gobernantes de izquierda en Cuba.
Rubio acusó a López Obrador de capitular ante los cárteles de la droga y de servir de “defensor de la tiranía” en Cuba, Venezuela y Nicaragua. En respuesta, el presidente mexicano llamó a Rubio “racista”.
A pesar del desaire, el presidente mexicano fue recibido por el presidente Joe Biden en la Casa Blanca tres semanas después como “amigo” y “socio”.
“Eso no sucederá bajo (la dirección de) Rubio”, dijo Sabatini. “Él está pendiente de quién sigue sus preferencias de políticas”.
Rubio, de 53 años, ha tenido durante mucho tiempo la atención de Trump respecto a Latinoamérica —y no ha dudado en utilizar ese acceso para promover su agenda de línea dura. Ha sido uno de los críticos más abiertos de la intromisión económica, política y militar de Rusia y de China en la región, y se espera que castigue a los países que se acerquen a los rivales geopolíticos de Estados Unidos, o a aquellos que no apoyen a Israel.
Cuando Trump canceló la que habría sido su primera visita presidencial a Latinoamérica en 2018, Rubio estuvo allí para llenar el vacío y participó en reuniones y sesiones de fotos en la Cumbre de las Américas, en Perú, con mandatarios regionales de Argentina, Haití y otros lugares.
“No hay nadie en el Senado de Estados Unidos que se acerque a tener su afinidad y profundidad de conocimiento sobre Latinoamérica”, dijo Carlos Trujillo, amigo cercano de Rubio y exembajador de Estados Unidos ante la Organización de los Estados Americanos. “No sólo tiene relaciones personales con docenas de funcionarios, algunas de ellas desde hace décadas, sino que ha examinado y aprobado a casi todos los embajadores de Estados Unidos desplegados en la región. Es una ventaja significativa”.
Entre quienes están ansiosos por trabajar con Rubio se encuentra el presidente argentino Javier Milei, quien, con su estilo combativo, ataques a las instituciones y su transformación de personalidad televisiva a líder de ultraderecha han generado comparaciones con Trump.
Otro aliado es Nayib Bukele, de El Salvador, cuya represión de la violencia de las pandillas que orilló a millones de salvadoreños a migrar a Estados Unidos, ha recibido elogios de Rubio.
Rubio no ha dudado en usar su poder para intimidar a los líderes de izquierda que considera perjudiciales para los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. Incluso los moderados elegidos democráticamente han sido objetivos suyos. A principios de este año, criticó al presidente chileno Gabriel Boric, detractor de las acciones de Israel en Gaza, por supuestamente proporcionar refugio seguro a los financieros de Hezbollah, y lo llamó “una de las principales voces antiisraelíes en Latinoamérica”.
En 2023, calificó al presidente colombiano Gustavo Petro, exmiembro del grupo guerrillero M-19, como una opción “peligrosa” para liderar a un país que ha sido socio de Estados Unidos desde hace mucho tiempo en la guerra contra las drogas.
Pero es en Venezuela donde Rubio ha dejado su mayor huella.
Pocas semanas después que Trump asumiera el cargo en enero de 2017, Rubio llevó a la esposa del destacado disidente venezolano Leopoldo López a la Casa Blanca. La visita a la Oficina Oval, marcada por una foto de un Trump sonriente y de Rubio a los costados de la esposa del activista entonces encarcelado, puso inmediatamente a Venezuela en lo alto de la agenda de política exterior de Estados Unidos, en una ruptura con los esfuerzos de gobiernos estadounidenses anteriores por mantener su distancia de los problemas de la nación.
Durante los siguientes dos años, Trump impuso duras sanciones petroleras a Venezuela, acusó a numerosos funcionarios de corrupción, y comenzó a hablar de una “opción militar” para derrocar al presidente Nicolás Maduro. En 2019, en el apogeo de la influencia de Rubio, Estados Unidos reconoció a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, como líder legítimo del país.
Pero esa postura combativa —popular entre los exiliados del sur de Florida— terminó por atormentar a Trump, quien más tarde reconoció que había sobreestimado a la oposición. Al fortalecer la posición de Maduro, también allanó el camino para intereses rusos, chinos e iraníes más profundos en el país, y a la vez agravó una crisis humanitaria que llevó a millones de personas a desarraigarse, y a muchos de ellos a migrar a Estados Unidos.
Michael Shifter, expresidente del Diálogo Interamericano —un centro de análisis para promover la democracia, la prosperidad y la equidad social en Latinoamérica y el Caribe—, en Washington, cree que Trump puede mostrarse más indulgente con Maduro esta vez, incluso con Rubio al frente del Departamento de Estado, y continuar el camino de compromiso y alivio de las sanciones que siguió el gobierno de Biden.
“Trump podría comenzar a tratar a Maduro como típicamente trata a otros autócratas en todo el mundo, y atender un poco menos a la comunidad de exiliados cubanoestadounidenses en Florida”, opinó Shifter.
Trujillo dijo que la reputación de franqueza de Rubio le resultará útil para negociar por igual con amigos y enemigos de Estados Unidos, incluso si tiene que moderar su retórica a veces acalorada.
“Ahora va a desempeñar un papel diferente, pero es un negociador excepcional y no tengo dudas de que estará a la altura de las circunstancias”, manifestó Trujillo.
Con la elección por parte de Trump de otro crítico abierto de Maduro —el representante Michael Waltz, de Florida— como su asesor de seguridad nacional, Trujillo agregó que el mandatario venezolano y sus aliados autoritarios en Cuba y Nicaragua deberían estar preocupados.
“Hay una oportunidad de negociar, pero tendrá que ser de buena fe”, dijo Trujillo. “Si no, habrá consecuencias”.
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Los periodistas de The Associated Press Mark Stevenson y María Verza, en Ciudad de México, e Isabel DeBre, en Buenos Aires, Argentina, contribuyeron a este despacho.